Lectora muda

viernes, 3 de marzo de 2017

Te leo. Como lo hacía en aquel tiempo, pero con sabor distinto. Esta vez tú no sabes que lo hago, y yo trato de entender el porqué. En dos párrafos tuyos oscilo entre diez emociones. La eterna admiración a tus letras y tu estilo, el cuestionamiento sobre los hilos que son ciertos y los ficticios, la emoción de reconocer letras que conocí antes de que parpadearan en las pantallas del mundo, y desde luego la aflicción por jamás haber sido parte de ellas (aunque la esperanza de encontrarme en un entrelineado siga palpitando).

Quisiera aparecer ahí, en donde dice deja un comentario, pero con qué objeto, de qué servirían mis letras opinando al respecto. Aunque eso era lo que haríamos según el trato. Ese que hicimos y que no cumplimos ni en lo más mínimo, en el que nuestra amistad se mantenía a la margen de mis absurdos sentimientos, y continuábamos con ese utópico crecimiento.

Te leo. Pero esta vez tú no me has mostrado el texto, y no sabes que te leo. Me río pensando en tus respuestas a los comentarios que te haría sobre este escrito y suspiro la nostalgia de aquella amistad perdida.

Quisiera hacer esos comentario, como naturalmente los haría, pero me detiene la conciencia. Paro ante la señal de saber que una palabra mía, tal y como pasó aquel día, te alejaría, otra media vida.

Escribanos con confianza