Y seguimos en el mismo infierno

lunes, 12 de septiembre de 2011

Hoy, me encuentro muy triste, triste por Veracruz, triste por México, me siento impotente ante la violencia, me siento invisible ante la autoridad, ¡Tengo miedo! Por mi y por mi gente, y por la gente de ellos, me duele ver mi pueblo herido, herido a muerte, herido mental y psicológicamente, y tristemente hasta físicamente, me duele pensar en la infancia violenta de mis sobrinos, en el temor con que deben vivir mis primos, mis tíos y millones de para mi desconocidos, quisiera poder pararme y detenerlo todo, pero solo tengo 20 años ¿Cómo podría hacerlo?

Hoy más que nunca amigos míos siento la pena que deben sentir millones de mexicanos que han sido víctimas de absurdas guerras ajenas, mi familia (hasta donde sé) se encuentra bien, pero han estado cerca del peligro, desgraciadamente no todos han corrido con suerte y hay personas que han salido heridas, y ni decir de los que han perdido la vida, estando en un lugar público sólo tratando se hacer su vida.

Me siento triste, herida e impotente, me siento incapaz de cambiar al mundo, siento el dolor de ver a mi país herido, si de pronto un día tuviéramos la fuerza, para unirnos, para salir y poder gritar lo que sentimos y poder cambiar lo que vivimos y rescatar a nuestro México, demostrar que es nuestro y no suyo.

*Un amigo me compartió un triste evento que vivió su familia en una de las balaceras que ha habido, en ese momento recordé éste poema de Rosario Castellanos, respecto al movimiento del 68, en negritas está la parte que más me ha marcado siempre, (la cual se encuentra grabada en la plaza de las 3 culturas) que comprueba como nos siguen escondiendo las terribles masacres. Tenía hoy estos sentimientos a flor de piel, y como bien lo saben ésta es mi forma de desahogarme, les envío un abrazo y deseo paz en sus corazones, paz en Veracruz, paz en México y paz en el mundo, por que estoy segura que merecemos vivir con paz.

MEMORIAL DE TLATELOLCO

(Rosario Castellanos)

La oscuridad engendra la violencia

y la violencia pide oscuridad

para cuajar el crimen.

Por eso el dos de octubre aguardó hasta la noche

Para que nadie viera la mano que empuñaba

El arma, sino sólo su efecto de relámpago.

¿Y a esa luz, breve y lívida, quién? ¿Quién es el que mata?

¿Quiénes los que agonizan, los que mueren?

¿Los que huyen sin zapatos?

¿Los que van a caer al pozo de una cárcel?

¿Los que se pudren en el hospital?

¿Los que se quedan mudos, para siempre, de espanto?

¿Quién? ¿Quiénes? Nadie. Al día siguiente, nadie.

La plaza amaneció barrida; los periódicos

dieron como noticia principal

el estado del tiempo.

Y en la televisión, en el radio, en el cine

no hubo ningún cambio de programa,

ningún anuncio intercalado ni un

minuto de silencio en el banquete.

(Pues prosiguió el banquete.)

No busques lo que no hay: huellas, cadáveres

que todo se le ha dado como ofrenda a una diosa,

a la Devoradora de Excrementos.

No hurgues en los archivos pues nada consta en actas.

Mas he aquí que toco una llaga: es mi memoria.

Duele, luego es verdad. Sangre con sangre

y si la llamo mía traiciono a todos.

Recuerdo, recordamos.

Ésta es nuestra manera de ayudar a que amanezca

sobre tantas conciencias mancilladas,

sobre un texto iracundo sobre una reja abierta,

sobre el rostro amparado tras la máscara.

Recuerdo, recordamos

hasta que la justicia se siente entre nosotros.

Escribanos con confianza